El peligroso silencio sísmico-social en Nicaragua

Por Sergio Cabrales

7 agosto, 2019

Aunque se han dado diversas interpretaciones al origen y desarrollo del “terremoto sísmico social” iniciado en abril 2018, poca atención se ha prestado a los elocuentes datos de protesta una vez que finalizó la operación limpieza en julio. Para comprender esto es importante señalar tres elementos: (1) la “sismicidad-social” previa a abril; (2) el epicentro del terremoto y sus fuertes réplicas, y finalmente (3) el artificial silencio sísmico creado por el manejo estatal de la protesta social.

En primer lugar, es clave señalar que antes abril 2018, se registraban un promedio de treinta protestas mensuales en distintos puntos del país (ver datos 2016-2018 en www.democracia.funides.com/sismologia-social.html). Estas protestas representaban fallas que se activaban y posteriormente se desvanecían en torno a diversos temas: rechazo a proyectos y políticas gubernamentales o privadas, promoción de derechos de las mujeres y de la población sexualmente diversa, manifestación de posturas en torno a regulaciones de taxistas y comerciantes, entre otros. Se destacan aquí las protestas que se convirtieron en eventos sostenidos en el tiempo: el movimiento campesino contra el canal, comunidades rurales contra proyectos mineros, o las manifestaciones rechazando los persistentes femicidios. Todos estos sismos representaban energía y malestar social que se acumulaba y que con mucha frecuencia no tenía resolución ante la gestión gubernamental.

En segundo lugar, es importante recordar los eventos de abril y la evolución de la protesta ciudadana desde el tema de Indio Maíz, pasando por las reformas al INSS, hasta la posterior demanda de democratización y justicia. Para ilustrar la magnitud del epicentro -cuya descripción y explicación no se profundizan en este breve artículo- es imperativo ilustrar que la frecuencia de protestas se intensificó hasta alcanzar más de 200 en abril, más 600 en mayo y más de 700 en junio. Es decir, en tres meses se registraron tres veces más protestas de lo que el país registró en dos años (2016-2017). Un elemento transversal a todos estos eventos es la represión con que fueron manejados, generando un efecto intensificador y mayor descontento.

En tercer lugar, es menester reconocer que la respuesta contundente del Estado ante el terremoto social se hizo evidente en la denominada Operación Limpieza (junio-julio) y la posterior prohibición de la protesta ciudadana en octubre. Los datos reflejan una reducción considerable de eventos una vez que estas operaciones y reglamentos fueron implementados. En agosto, por ejemplo, se registraron solamente ochenta y ocho protestas; en diciembre únicamente cinco. Desde el punto de vista estatal, se obtuvo su cometido: crear un silencio sísmico social, al que se le denominó “restablecimiento de la paz”.

“Un silencio sísmico social”

Sin embargo, diversos estudios sobre protestas alrededor del mundo sugieren que un silencio sísmico social, sobre todo después de semejante terremoto, es artificial y peligroso. Es artificial porque no habiéndose canalizado adecuadamente, ni habiendo dado respuesta a las demandas que lo originaron, el malestar social aún persiste. La ausencia de protestas no es sinónimo de paz y estabilidad. De hecho, existe una creciente evidencia de que los entornos más abiertos y democráticos son más propicios para la actividad de protesta. Por el contrario, entornos más autocráticos tienen el efecto de disminuirlas y provocar lo que definitivamente se observa en Nicaragua: “un silencio sísmico social”.

Este fenómeno es también peligroso porque sugiere que un terremoto social puede volver a ocurrir. El silencio significa energía o malestar social acumulado que puede generar desestabilidad y eventos de mayor magnitud, con la predecible vulneración de las vidas y derechos de quienes protesten (considerando el entorno represivo que ha sido constante).

Hasta el momento, los datos confirman esta tendencia hacia la reactivación. Por ejemplo, cada vez que se abren canales institucionales y se observan comportamientos menos autoritarios por parte del Estado, las protestas aumentan. En marzo 2019, con la reanudación de las negociaciones, las protestas incrementaron nuevamente a más de setenta, y en mayo-junio, con la liberación de presos políticos, se han desarrollado más de cincuenta.

En una crisis que aún no termina es importante prestar atención a estos datos para atreverse a proyectar escenarios y repensar salidas. Sin duda, queda claro que cualquier alternativa tendrá su efecto en los indicadores de protestas: o se abre paso a canales institucionales y condiciones para que esta energía acumulada se manifieste atendiéndose adecuadamente a las demandas de democratización y justicia; o se proyectan eventos sísmico-sociales aún mayores, con peligrosas consecuencias a la vida social, política y económica de los nicaragüenses.

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1.Se usa el término Sismología social (silencio sísmico, terremoto, epicentro, etc.) como una analogía para ilustrar la observación y análisis de la protesta. Detrás hay un esfuerzo de investigación sostenido desde 2017 en la que se analizan cuatro diarios (La Prensa, El 19 Digital, Hoy y El Nuevo Diario) para identificar episodios de protesta y posteriormente categorizarlos.

Fuente: Sismología Social: Observatorio de Protestas en Nicaragua

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